martes, 28 de diciembre de 2010

Crítica de ‘Desplazados’ de Jon Rivero



Muy pocos espectadores corrientes, de esos que ya están bien acomodados (no con ello quiero decir que sean inferiores) comprenden las aspiraciones de su amigo el cinéfilo, y no me refiero a particulares gustos estéticos o temáticos, o a una exquisitez pedante, ni a mitomanía. Me refiero a la concepción de la experiencia cinematográfica, para cuya correcta y satisfactoria realización se necesitan unos elementos que el cinéfilo necesita, y el espectador corriente ignora, como mantenerse callado durante la proyección, estar concentrado en la película… etc…de manera que dicha experiencia sea completa y enriquecedora en todos los sentidos.


Y si amas dicha experiencia, y además amas la experiencia cinematográfica concentrada tan particular y fascinante que proporcionan los cortometrajes, sin duda en Jon Rivero acabas encontrando a ese cineasta que domina como nadie los elementos que hacen posible que experimentes esa sensación, para lo cuál no pasa jamás por alto los detalles que hacen de sus cortos auténticas joyas visuales y sonoras, regalándonos en cada nuevo trabajo esa misma mirada, esa misma experiencia sobrecogedora en sus diferentes vertientes, a diferentes ritmos, según se requiera en cada situación.
El último corto de Jon que me faltaba por ver era precisamente el primero. ‘Desplazados’, es a mi modo de ver una ópera prima perfecta, donde plasma por primera vez sus futuras e inconfundibles señas de identidad. Los personajes complejos, los viajes, el amor, los shocks emocionales, la importancia simbólica de los exteriores, todas esas obsesiones y elementos que más adelante irían formando ese universo riveriano, término acuñado por la actriz Sarai Trujillo, que siempre está presente en todas las historias que nos cuenta este realizador cántabro.


Tenemos a Suk, un tipo que comienza a experimentar como su vida y todo lo que él era antes se desmorona tras ser abandonado. Después tenemos a Sibel, una profesora de instituto que se encuentra impotente viendo como uno de sus alumnos, Marcos, es amenazado por sus compañeros de clase. Y tras un encuentro entre Suk y Sibel, esta última se plantea ayudar a ambos a salir de sus situaciones. El cortometraje consta de tres partes que se miran entre sí como un triple espejo. Primero, el profundo vacío de Suk. Para expresarlo, Jon no se anda con rodeos (increíble la secuencia en la que llora mientras se masturba). Dicha angustia para por un momento inicial de trance, justo cuando es abandonado, en el que Jon no repara en el uso de todo tipo de primeros y primerísimos planos, juegos con el contraste de la imagen, una buena elección de la música y la profunda interpretación y las miradas del propio Jon, que interpreta a dicho personaje. E igual que vino esta atmósfera caótica, de repente desaparece para dar lugar a la estética angustiosa, comedida y deprimente.


Como ocurre en toda ópera prima, la gran capacidad de Jon para recrear el ambiente según el sentimiento del personaje, se torna en abuso, usando más de lo debido esa mirada introspectiva y sufridora de Suk, sin embargo no llega a convertirse en uno de esos recursos expresivos que no van acordes a la narración o la interrumpen, sino todo lo contrario. Con el lento caminar del personaje, esos expresivos primeros planos ya mencionados y el uso del blanco y negro, nos expresa la asfixiante existencia de su personaje, demostrándonos sus aptitudes para su futuro dominio absoluto del lenguaje que irá evolucionando y transformándose.



Con esto, Jon nos introduce en el tono del corto, la historia pierde color y nos lleva a la vida de una Sibel que sí que logra sobreponerse a su situación, al parecer tampoco demasiado buena, mostrándonos un personaje que lucha por transmitir al atormentado Marcos las ganas por seguir adelante y sobreponerse ante todo lo que nos venga mediante el revelador uso de una noria y un libro. Con esto, tengo la sensación de que Jon nos muestra su amor por los pequeños detalles, su simbología arraigada en la vida, en el ser humano y en los sueños de la infancia, que estará muy presente en su obra. Y finalmente el encuentro entre Suk y Sibel, donde Jon nos vuelve a hacer salir de esa atmósfera creada anteriormente y todo recupera su color. En el que de igual forma Sibel le transmite su energía de manera que, según he creído comprender, Jon nos hace ver que los personajes de Suk y Marcos están más próximos de los que pensamos. Final precioso, pero a mi parecer una solución demasiado fácil e irreal, pero por otra parte no se me ocurre otra forma para terminarlo.
Como ya he dicho, ópera prima,y entendiéndola como tal, perfecta. Aquella en la que no aparecen los errores garrafales que todos cometemos, sino la pura y cuidada técnica cinematográfica de quién se vuelca como pocos en su trabajo, donde no hay plano desencuadrado ni desenfocado, ni sonido mal montado. En cuanto a las interpretaciones, todas lo suficientemente creíbles como para no manchar el corto, haciendo especial mención a Marcos, y al propio Jon, que sin duda nos sobrecoge con su dramático inicio y su tierno final. El montaje, estupendo, la historia no pierde sentido ni expresividad a costa de un ritmo adecuado, balanza que siempre es difícil equilibrar. Sin duda el mayor logro de Jon con ‘Desplazados’ es lograr contar una historia, en principio quizás poco imaginativa, de la forma más singular, rompiendo con los convencionalismos, y regalándonos ese toque especial que nos recuerda tanto a la esencia pura del género del cortometraje, esos artistas que en tan poco tiempo nos hacían sentir tantas cosas.


‘Desplazados’ ni la mitad de genial que lo que vendrá después, con elementos que no llegan a funcionar del todo, con interpretaciones no tan cuidadas como las futuras, y con un ritmo y una calidad inferiores a las que vendrán, nos muestra a un artista con un enorme talento. Frente a los métodos comunes de presentar y describir una historia, este cineasta cántabro le planta cara a las técnicas narrativas simplistas, manipulando como nadie las formas de expresar la historia que nos está narrando, que por el tratamiento y cuidado con el que lo hace, a diferencia de otros muchos, se percibe constantemente que es una historia que sin duda tiene la absoluta necesidad de contarnos.

En conclusión, con Jon hablamos de cortocine (por llamarlo así) en mayúsculas, eso que aporta grandeza al cortometraje, un cineasta fiel a su estilo, a sus convicciones y a su discurso narrativo que, pese a ser siempre fiel a si mismo, sabe dar una vuelta de tuerca en cada trabajo mostrándonos a un Jon diferente, que sabe adaptarse y evolucionar, pero que no deja de ser ese autor reconocible prácticamente desde el primer fotograma.

Víctor Castilla, 22 de Septiembre de 2010 4:30 H.

jueves, 16 de diciembre de 2010

El Reggaetón

En una moraga de San Juan del 2010, tras una varios temas buenos para bailar y subir la adrenalina, tras un irritante canto del loco, y tras una obligada tolerancia con difícil mesura para Hannah Montana y algún tema más de alguna nueva líder de adolescentes, el radio casette dejó sonar una tambor grave que repetía una misma secuencia rítmica de forma continuada, al son de una desafinada y atónica voz que decía algo así como ‘soy el chico de las poesías, hoy es noche de sexo, voy a cumplir tus fantasías, te voy a dar muy bien, y como nadie te lo dio’ creo recordar.

Esta desagradable sorpresa me hizo levantar de la fresca arena para pulsar el botón de cambio de pista que corrigiera lo que yo pensaba que había sido un error a la hora de seleccionar las canciones y que a nadie iba a molestar, sino que estaba haciendo un favor a todos los presentes. Y entonces, más desagradable que la voz pornográfica del ‘vocalista’, la simplicidad y ordinariez de la letra o los estridentes sonidos de aquel insulto musical, fue la sorpresa y decepción que me llevé cuando mi amiga Luna se levantó a preguntar:

‘¿Por qué la quitas?’

Lo que para mí era buena música, no era solo aquella que hiciese gala de una consistencia musical trabajada y a la vez agradable, sino aquella que despertase algo en mí, pues creo que puedo afirmar sin miedo a crítica que toda la música que nos gusta es aquella que nos hace sentir, aquella que nos traslada a otros lugares y momentos, la música que nos hace recordar, movernos, ponernos melancólicos y sobre todo nostálgicos. La que nos embarca en estados de ánimo y en atmósferas que difícilmente podemos alcanzar por otros medios. Pero esta, cada vez más errática y autodestructiva, sociedad de consumo, no se ha cargado solo la música, casi todo el aparato cultural y los medios de comunicación están cada vez más al servicio de unas grandes empresas que no buscan en absoluto crear una sociedad de consumidores con un mínimo criterio, sino a un grupo de ovejas ciegas y descerebradas con mucho papel en sus billeteras.

Y es entonces cuando este inevitable proceso evolutivo ha alcanzado su punto de no retorno. Es entonces cuando, ante el asombro de muchos músicos, oyentes, intérpretes y promotores, las discográficas han creado uno de los peores monstruos del siglo XX, muy fácil de bailar, lo que hace que incluso los que tenemos dos pies izquierdos nos animemos a dar un par de giros a las caderas en alguna discoteca. Fácil de bailar, y a la vez, al menos para mí, muy duro para el oído. Jamás he sido capaz de escuchar más de seis segundos, me es imposible, por las rancias y fáciles letras sexuales y machistas, por la chabacana entonación, por lo rudimentario y la simplicidad de los sonidos, o por la imagen que se me proyecta de un montón de adolescentes moviendo el culo ante letras que llegan a insinuar con pocos rodeos una felación como petición del hombre para ser seducido.

No aguanto escucharlas más de seis segundos, y a duras penas las soporto a lo lejos en un altavoz grande, pero sin duda las tolero para arrancarme a bailar. Y supongo que ahí esta la diferencia, si yo me dedicara al baile, si yo amara el baile como amo la música, tampoco aguantaría bailar o ver bailar uno de estos temas más de seis segundos.
Y con todo mi corazón defiendo que, al igual que el mayor síntoma de amor por la pintura es enfurecerse ante un huevo frito pintado con purpurina, el mayor síntoma de amor por la música es sentirse triste cuando descubres que insultos como este tienen tanto éxito, y entristecerse aun más cuando descubres que quiénes creías con criterio, transigen, quitándole gravedad.


Quizás todo esto me afecte por el hecho de que me dedico a la música, por el hecho de que compongo música, de que siempre me asalta esa pregunta ‘¿Ellos tardaron lo mismo en componer Papi-Chulo, que lo que tardé yo en componer la pieza de piano para mi cortometraje ‘El Paraíso’? Pero a pesar de todo esto mi trabajada humildad me impide considerar uno de mis trabajos más dignos de una discográfica que los de ellos, pues llevar a cabo lo más chabacano, y lo más simple, también tiene su trabajo. Además de que quizás todas esas estrellas tengan hoy el cariño y el reconocimiento que yo no tendré jamás a lo largo de mi vida.

Aún así, afortunadamente, a día de hoy sigo sin conocer a ningún músico, ni a ningún amante de la buena música que escuche eso que las discográficas han bautizado como ‘reggaeton’ y que nació con aquella muchacha de sinuosa promiscuidad barata que solicitaba constantemente que se le dotara de cierto tipo de acelerante. Disculpen la pedantería.

Víctor Castilla. 4 de Julio de 2010 4:47

jueves, 14 de octubre de 2010

El sentir español

El pasado 13 de Octubre se celebró el día de la hispanidad con un desfile de personas armadas, para reconfortarnos quizás y hacernos saber que si todos los medios fallan, las armas nunca lo harán. Si yo fuera dictador de España, quizás prohibiría esta fiesta, pero como no lo soy, sigo disfrutando del día libre que esta me proporciona. Este mismo 13 de Octubre, como ya estamos acostumbrados, nuestro electo aun que errático presidente del gobierno fue de nuevo abucheado en un rito que año a año ha ido adquiriendo un carácter casi folklórico, tan pasional y sentido como una saeta. Y este cada vez más errático, aun que electo presidente, ha vuelto a ser testigo de como nos las gastamos los españoles, de que seguimos siendo los mismos, ni mejores ni peores, que los que éramos hace casi trescientos años.


Muchas veces me he preguntado sobre el sentir de España y, muy tristemente, con gran temor sobre cuáles podrían ser mis conclusiones o a donde podrían llegar, gracias a un país donde todo ofende, y donde siempre se encuentra una excusa para crear nuevos adversarios.

¿Cuál es la forma correcta de sentirse español?, es decir, ¿cuán de larga debe ser la línea que separe nuestras ideas propias, del sentir y tradición españolas? Por lo general cuanto más larga es, más termina uno siendo hasta amenazado de muerte por quiénes se abanderan del sentir español más glorioso y patriótico.
En muchas ocasiones me he preguntado también que nos caracteriza a los españoles y he llegado a conclusiones francas a mi juicio, demasiado poéticas e incluso de una ingenuidad casi infantil. Si algún día uno de esos dramaturgos postmodernos ideara un nuevo género teatral y lo llamara ‘melodrama político’ sin duda sería la historia de España su inspiración, pues nuestros políticos, nuestras ideologías y nuestras circunstancias siempre se llevan a extremos dignos de una obra de Calderón de la Barca, pero con una sobreactuación exigida explícitamente en el guión.

Nos encanta llevarlo todo al extremo, somos partidistas, apasionados, aventureros, nos gusta usar mucho el corazón y poco la cabeza. A los españoles nos encanta la competencia, estoy seguro de que la primera agrupación española se creó sin nombre, a expensas de que surgiera una segunda, y ponerse las siglas contrarias a esta y así tener un enemigo seguro. Y es este apasionamiento el que nos lleva a ser sobre todo ‘fanáticos’, de un equipo de fútbol, de una bandera, de un monumento, de un partido político, de una celebración, y si hemos alcanzado más de dos generaciones de pasión familiar por cualquier grupo, hay de aquel que se atreva a poner en duda tan apasionado amor por lo elegido.

En el caso de España, nuestras cuatro pasiones favoritas siempre han sido el fútbol, la religión, la política y nuestras fiestas.
Suelo decir mucho cuando oigo, ‘en España hay muchos intelectuales famosos’, que no, que eran el único grupo de colegas que soportaron primero la que se les cayó encima por no apasionarse ciegamente por nada, y que luego trató de buscarle una explicación a España venciendo el miedo a represalias. Esta afición nos ha hecho un país rico, un país cuyo perpetuo caos político a lo largo de los años ha hecho que voraces lectores de historia como yo, reaccionen ante las páginas con la misma intriga que con una thriller americano. Rico constitucionalmente, rico en modelos de gobierno, rico en pronunciamientos, y más tristemente, rico en matanzas.

Muchos reaccionarán con odio cuando de un paso más, y me atreva a decir que en muchas ocasiones España ha sido como ese padre de pueblo tozudo que no dejó a su hijo terminar el bachillerato, para que no cometiese el grave pecado de saber más que su padre. Y ese apasionamiento, ese partidismo, esa afición futbolística nos ha llevado al deseo de aniquilar al contrario a toda costa, como si de una liga de fútbol se tratase, sea de la forma que fuere, y si puede ser de penalti y en el último minuto, pues mejor porque, aun que decir esto me da mucho más pesar, los españoles siempre hemos sido de los más tramposos.

Si bien nuestro apasionamiento podría ser un argumento también para una comedia, pues es contradictorio, y nos lleva a unirnos, olvidar nuestras diferencias y actuar con extrema valentía contra el imperialismo francés napoleónico en 1808, y a la vez con gran crueldad y cobardía para exterminar como a una plaga a todas las minorías cuyas pasiones eran de inferior rango, judíos, republicanos, liberales, comunistas, homosexuales…Cada uno en su época, según a cuál fuese dirigida la moda agresiva en cada momento. Y tal y como si de una borrachera transitoria se tratase, ese apasionamiento se desborda, y nos lleva pasado el tiempo a preguntarnos con una increíble resaca el por qué de muchas cosas que se hicieron con tantísima pasión en la noche anterior. Nos lleva a no comprender el por qué nuestros antepasados jugaban a torturar y asesinar a un animal como diversión, el por qué nuestros antepasados quemaban vivos a aquellos que no creían que el mundo fue creado en siete días por un dios todopoderoso. A preguntarnos por qué pedían el voto a los ciudadanos los mismos que los falseaban, unos votos que por otra parte ni siquiera respetaban posteriormente los militares con sus apasionantes e incansables pronunciamientos. Y sin duda el comprender perfectamente el por qué nuestros antepasados llevaban a cabo actos tan abiertamente meditados más con el corazón que con la cabeza, sin duda eso nos lleva a no comprender de ninguna forma el por qué los seguimos haciendo ahora.

Sin duda los españoles hemos actuado siempre desde el furor del momento, el mismo furor que puso de moda hace diez años criticar a Aznar por el mágico dúo Iraq-11 de Marzo, y el mismo furor que nos lleva a criticar a Zapatero por haber provocado una crisis en la economía mundial. Un furor propio del flamenco, que lleva al artista a bailar o cantar lo que siente en cada momento, en trance, sin más explicación. ¿Pero debemos avergonzarnos? ¡No! Pues nuestra actitud no se debe al puro odio irrefrenable por el adversario, se debe a un sentimiento similar al amor que tiene esa madre con sus hijos, ese famosa frase que sin duda simboliza lo que es España, ‘La letra con sangre entra’, te voy a hacer daño, mucho daño, pero por tu bien.

Y pese a que con mis palabras haya expresado tan solo un poquito de lo que pienso de aquellos que se creen con el monopolio de qué es España, la pregunta sigue siendo importantísima, ¿qué es sentirse español?, y más aún, ¿podemos seguir siendo españoles sin compartir todo lo que siempre ha caracterizado a un español?

Soy un absoluto ignorante, pues no sé responder a esta pregunta, ni sé qué consecuencias puede llevar encontrarle una respuesta válida.
Víctor Castilla, 2:11 H 28 de Marzo de 2010.
'La historia es leer en un papel que hace diez años murieron 10.000 personas asesinadas mientras te tomas un café y contemplas como vuelve a ocurrir lo mismo’
Víctor Castilla

domingo, 19 de septiembre de 2010

Crepúsculo y el nuevo negocio editorial


En el pasado festival de cine de Málaga de 2010, como todos los años, he hecho gala de mi desvergüenza colocándome en la valla que separa la zona de los famosos de la zona de los no famosos con el único objetivo de poner a prueba a ambos bandos creando uno de esos universos desconcertantes de mini teatro callejeros que siempre genero allá donde voy. De entre mis muchas bromas está la de decir en voz alta que un famoso es quién no es, con lo que le dije a un chico que estaba a mi lado que no sabía si el de física o química había venido pero que Arturo Pérez-Reverte si que se había dejado caer, al o que este chico me respondió:

‘Pérez-Reverte, ¿y ese quién es?...’

La cultura, el arte y la información están cada vez más al servicio de las empresas, y todos sabemos que lo ideal para una empresa es producir a la menor calidad, y al mejor precio, algo que siempre suelen conseguir gracias a que pocos colaboramos en impedírselo. Recuerdo una frase de una gran empresaria editorial malagueña, a la que conocí en una jornada de puertas abiertas de la diputación:

‘No siempre lo que más se vende es lo mejor, de hecho, lo que más se vende, casi nunca suele ser lo mejor’.

Con esto, esta gran emprendedora, que no una empresaria sin escrúpulos, hacía referencia a los best-sellers. Hemos pasado por una cultura solo controlada por el clero, por una cultura popular, acomodándonos finalmente en aquella que se vende según el precio de mercado. Pero lo peor de todo es que es más que evidente la escasa calidad literaria de insultos como ‘crepúsculo’ que rebaja la ya desgastada mitología vampiresca y la pone al servicio de esas historias de relaciones amorosas absurdas, donde el hombre ideal protagonista representa un estereotipo superficial que imaginábamos obsoleto, pero que atraen a tanto público, y da tanto dinero. Todo ello acompañado de un merchandising que evidencia toda la franquicia que desde un principio se
pretendía crear en torno un producto concreto.

Y ese es el problema, cuando un libro deja de ser una experiencia enriquecedora, y pasa a ser un producto, un producto que una empresa lanza con el objetivo de venderlo. Y con crepúsculo, estos genios de hacer dinero han dado con la clave para trasladar las máximas de las historias de adolescentes guapos y perfectos a la literatura. Y cuando uno lee esas historias, y ve esas series, descubre tristemente que son un fiel reflejo de los valores entre los que vivimos, simple, es la palabra, y eso facilita las cosas, las facilita, porque poco hace falta para llegar a ser un líder juvenil, poco más que un perfil perfecto, un cutis terso, una moral y una inteligencia negociables, y mucha, muchísima publicidad.

Existen libros y películas hechos con la pura, simple y honrada pretensión de recaudar dinero, nada más, ni sus directores ni sus distribuidores pretenden en ningún momento aportar nada excesivamente importante ni diferente, solo grandes ventas y grandes taquillas, ¿podemos sacar la conclusión de que un gran porcentaje de la población tiene un gusto pésimo? Sin duda ver una mala película, y leer un mal libro es más fácil que leer un buen libro, y leer una buena película, y recordemos que el ser humano puede llegar a dormir 12 horas y despertarse somnoliento…Aun que suene egocéntrico, para mí es cada vez más cierto que quiénes amamos todo el arte para cuya comprensión y disfrute hay que dedicar algo más de tiempo, estamos claramente descatalogados.

A mí personalmente, no me gusta que nadie me diga lo que tengo que leer, me siento mucho mejor conmigo mismo leyendo a autores que no conoce nadie, y que, habiendo disfrutado de ambas experiencias, tengo la certeza objetiva de que ese autor desconocido al que estoy leyendo, es cien veces mejor que ese que vende tanto, pero al igual que una carrera universitaria complicada tiene menos estudiantes, un escritor bueno de verdad, con temas y personajes más complejos que chico guapo y malo deja embarazada a chica guapa e ingenua, tiene menos lectores que un escritor que pone su pluma al servicio del dólar. Y aún así pretendo no ser ingenuo, pero tampoco ser injusto, y pese a ser consciente de que toda creación debe tener en cuenta el presupuesto, y así mismo las ventas, también pretendo disfrutar con lo que veo, y alegrarme de que les guste a todos, así mismo como disgustarme de que algo con lo que no disfruto por motivos objetivos, le gusta a tanta gente.
Para despedirme os dejo con una de mis citas a modo de reflexión. La escribí sin nunga malicia, de verdad, pero creo que tiene mucho que ver con esto.
‘Ningún oficio es mejor o peor que otro, al igual que Arturo Pérez-Reverte no puede salir en la super-Pop, el prota de física o química no puede escribir un libro’
Víctor Castilla