jueves, 14 de octubre de 2010

El sentir español

El pasado 13 de Octubre se celebró el día de la hispanidad con un desfile de personas armadas, para reconfortarnos quizás y hacernos saber que si todos los medios fallan, las armas nunca lo harán. Si yo fuera dictador de España, quizás prohibiría esta fiesta, pero como no lo soy, sigo disfrutando del día libre que esta me proporciona. Este mismo 13 de Octubre, como ya estamos acostumbrados, nuestro electo aun que errático presidente del gobierno fue de nuevo abucheado en un rito que año a año ha ido adquiriendo un carácter casi folklórico, tan pasional y sentido como una saeta. Y este cada vez más errático, aun que electo presidente, ha vuelto a ser testigo de como nos las gastamos los españoles, de que seguimos siendo los mismos, ni mejores ni peores, que los que éramos hace casi trescientos años.


Muchas veces me he preguntado sobre el sentir de España y, muy tristemente, con gran temor sobre cuáles podrían ser mis conclusiones o a donde podrían llegar, gracias a un país donde todo ofende, y donde siempre se encuentra una excusa para crear nuevos adversarios.

¿Cuál es la forma correcta de sentirse español?, es decir, ¿cuán de larga debe ser la línea que separe nuestras ideas propias, del sentir y tradición españolas? Por lo general cuanto más larga es, más termina uno siendo hasta amenazado de muerte por quiénes se abanderan del sentir español más glorioso y patriótico.
En muchas ocasiones me he preguntado también que nos caracteriza a los españoles y he llegado a conclusiones francas a mi juicio, demasiado poéticas e incluso de una ingenuidad casi infantil. Si algún día uno de esos dramaturgos postmodernos ideara un nuevo género teatral y lo llamara ‘melodrama político’ sin duda sería la historia de España su inspiración, pues nuestros políticos, nuestras ideologías y nuestras circunstancias siempre se llevan a extremos dignos de una obra de Calderón de la Barca, pero con una sobreactuación exigida explícitamente en el guión.

Nos encanta llevarlo todo al extremo, somos partidistas, apasionados, aventureros, nos gusta usar mucho el corazón y poco la cabeza. A los españoles nos encanta la competencia, estoy seguro de que la primera agrupación española se creó sin nombre, a expensas de que surgiera una segunda, y ponerse las siglas contrarias a esta y así tener un enemigo seguro. Y es este apasionamiento el que nos lleva a ser sobre todo ‘fanáticos’, de un equipo de fútbol, de una bandera, de un monumento, de un partido político, de una celebración, y si hemos alcanzado más de dos generaciones de pasión familiar por cualquier grupo, hay de aquel que se atreva a poner en duda tan apasionado amor por lo elegido.

En el caso de España, nuestras cuatro pasiones favoritas siempre han sido el fútbol, la religión, la política y nuestras fiestas.
Suelo decir mucho cuando oigo, ‘en España hay muchos intelectuales famosos’, que no, que eran el único grupo de colegas que soportaron primero la que se les cayó encima por no apasionarse ciegamente por nada, y que luego trató de buscarle una explicación a España venciendo el miedo a represalias. Esta afición nos ha hecho un país rico, un país cuyo perpetuo caos político a lo largo de los años ha hecho que voraces lectores de historia como yo, reaccionen ante las páginas con la misma intriga que con una thriller americano. Rico constitucionalmente, rico en modelos de gobierno, rico en pronunciamientos, y más tristemente, rico en matanzas.

Muchos reaccionarán con odio cuando de un paso más, y me atreva a decir que en muchas ocasiones España ha sido como ese padre de pueblo tozudo que no dejó a su hijo terminar el bachillerato, para que no cometiese el grave pecado de saber más que su padre. Y ese apasionamiento, ese partidismo, esa afición futbolística nos ha llevado al deseo de aniquilar al contrario a toda costa, como si de una liga de fútbol se tratase, sea de la forma que fuere, y si puede ser de penalti y en el último minuto, pues mejor porque, aun que decir esto me da mucho más pesar, los españoles siempre hemos sido de los más tramposos.

Si bien nuestro apasionamiento podría ser un argumento también para una comedia, pues es contradictorio, y nos lleva a unirnos, olvidar nuestras diferencias y actuar con extrema valentía contra el imperialismo francés napoleónico en 1808, y a la vez con gran crueldad y cobardía para exterminar como a una plaga a todas las minorías cuyas pasiones eran de inferior rango, judíos, republicanos, liberales, comunistas, homosexuales…Cada uno en su época, según a cuál fuese dirigida la moda agresiva en cada momento. Y tal y como si de una borrachera transitoria se tratase, ese apasionamiento se desborda, y nos lleva pasado el tiempo a preguntarnos con una increíble resaca el por qué de muchas cosas que se hicieron con tantísima pasión en la noche anterior. Nos lleva a no comprender el por qué nuestros antepasados jugaban a torturar y asesinar a un animal como diversión, el por qué nuestros antepasados quemaban vivos a aquellos que no creían que el mundo fue creado en siete días por un dios todopoderoso. A preguntarnos por qué pedían el voto a los ciudadanos los mismos que los falseaban, unos votos que por otra parte ni siquiera respetaban posteriormente los militares con sus apasionantes e incansables pronunciamientos. Y sin duda el comprender perfectamente el por qué nuestros antepasados llevaban a cabo actos tan abiertamente meditados más con el corazón que con la cabeza, sin duda eso nos lleva a no comprender de ninguna forma el por qué los seguimos haciendo ahora.

Sin duda los españoles hemos actuado siempre desde el furor del momento, el mismo furor que puso de moda hace diez años criticar a Aznar por el mágico dúo Iraq-11 de Marzo, y el mismo furor que nos lleva a criticar a Zapatero por haber provocado una crisis en la economía mundial. Un furor propio del flamenco, que lleva al artista a bailar o cantar lo que siente en cada momento, en trance, sin más explicación. ¿Pero debemos avergonzarnos? ¡No! Pues nuestra actitud no se debe al puro odio irrefrenable por el adversario, se debe a un sentimiento similar al amor que tiene esa madre con sus hijos, ese famosa frase que sin duda simboliza lo que es España, ‘La letra con sangre entra’, te voy a hacer daño, mucho daño, pero por tu bien.

Y pese a que con mis palabras haya expresado tan solo un poquito de lo que pienso de aquellos que se creen con el monopolio de qué es España, la pregunta sigue siendo importantísima, ¿qué es sentirse español?, y más aún, ¿podemos seguir siendo españoles sin compartir todo lo que siempre ha caracterizado a un español?

Soy un absoluto ignorante, pues no sé responder a esta pregunta, ni sé qué consecuencias puede llevar encontrarle una respuesta válida.
Víctor Castilla, 2:11 H 28 de Marzo de 2010.
'La historia es leer en un papel que hace diez años murieron 10.000 personas asesinadas mientras te tomas un café y contemplas como vuelve a ocurrir lo mismo’
Víctor Castilla