Ser fumador ocasional no sólo es una insalubre, incorrecta e
irresponsable vía de escape de muchos problemas y frustraciones, -en los
que no voy a entrar-, sino que, muy de vez en cuando, te permite además
vivir muchas de las experiencias vitales necesarias para una sana
aceptación de los horrores de la vida. Y es que, cuando una rancia y mal
entendida madurez emocional e intelectual nos lleva a ese punto en el
que comprendemos que este mundo es un lugar frío y egoísta, poblado por
personas que das bastante asco, pedirle tabaco a un desconocido y que te
responda: <> es algo que te llena de esa
esperanza que tanto nutre nuestra actitud ante la vida. Los cigarros
duran muy poco, hay que aprovechar cada calada sin dejar escapar el
humo, porque sino, no nos llega, y sin absorberlo de golpe, porque nos
destruye. Los cigarros son criaturas frágiles que nos cuesta sostener
entre los dedos cuando nos hacen efecto y que se consumen si no los
aprovechamos, son pedazos de oscuridad regalada contra todo pronóstico y
raciocinio. El mundo puede ser un lugar maravilloso, pero no fuméis,
por favor.