jueves, 16 de diciembre de 2010

El Reggaetón

En una moraga de San Juan del 2010, tras una varios temas buenos para bailar y subir la adrenalina, tras un irritante canto del loco, y tras una obligada tolerancia con difícil mesura para Hannah Montana y algún tema más de alguna nueva líder de adolescentes, el radio casette dejó sonar una tambor grave que repetía una misma secuencia rítmica de forma continuada, al son de una desafinada y atónica voz que decía algo así como ‘soy el chico de las poesías, hoy es noche de sexo, voy a cumplir tus fantasías, te voy a dar muy bien, y como nadie te lo dio’ creo recordar.

Esta desagradable sorpresa me hizo levantar de la fresca arena para pulsar el botón de cambio de pista que corrigiera lo que yo pensaba que había sido un error a la hora de seleccionar las canciones y que a nadie iba a molestar, sino que estaba haciendo un favor a todos los presentes. Y entonces, más desagradable que la voz pornográfica del ‘vocalista’, la simplicidad y ordinariez de la letra o los estridentes sonidos de aquel insulto musical, fue la sorpresa y decepción que me llevé cuando mi amiga Luna se levantó a preguntar:

‘¿Por qué la quitas?’

Lo que para mí era buena música, no era solo aquella que hiciese gala de una consistencia musical trabajada y a la vez agradable, sino aquella que despertase algo en mí, pues creo que puedo afirmar sin miedo a crítica que toda la música que nos gusta es aquella que nos hace sentir, aquella que nos traslada a otros lugares y momentos, la música que nos hace recordar, movernos, ponernos melancólicos y sobre todo nostálgicos. La que nos embarca en estados de ánimo y en atmósferas que difícilmente podemos alcanzar por otros medios. Pero esta, cada vez más errática y autodestructiva, sociedad de consumo, no se ha cargado solo la música, casi todo el aparato cultural y los medios de comunicación están cada vez más al servicio de unas grandes empresas que no buscan en absoluto crear una sociedad de consumidores con un mínimo criterio, sino a un grupo de ovejas ciegas y descerebradas con mucho papel en sus billeteras.

Y es entonces cuando este inevitable proceso evolutivo ha alcanzado su punto de no retorno. Es entonces cuando, ante el asombro de muchos músicos, oyentes, intérpretes y promotores, las discográficas han creado uno de los peores monstruos del siglo XX, muy fácil de bailar, lo que hace que incluso los que tenemos dos pies izquierdos nos animemos a dar un par de giros a las caderas en alguna discoteca. Fácil de bailar, y a la vez, al menos para mí, muy duro para el oído. Jamás he sido capaz de escuchar más de seis segundos, me es imposible, por las rancias y fáciles letras sexuales y machistas, por la chabacana entonación, por lo rudimentario y la simplicidad de los sonidos, o por la imagen que se me proyecta de un montón de adolescentes moviendo el culo ante letras que llegan a insinuar con pocos rodeos una felación como petición del hombre para ser seducido.

No aguanto escucharlas más de seis segundos, y a duras penas las soporto a lo lejos en un altavoz grande, pero sin duda las tolero para arrancarme a bailar. Y supongo que ahí esta la diferencia, si yo me dedicara al baile, si yo amara el baile como amo la música, tampoco aguantaría bailar o ver bailar uno de estos temas más de seis segundos.
Y con todo mi corazón defiendo que, al igual que el mayor síntoma de amor por la pintura es enfurecerse ante un huevo frito pintado con purpurina, el mayor síntoma de amor por la música es sentirse triste cuando descubres que insultos como este tienen tanto éxito, y entristecerse aun más cuando descubres que quiénes creías con criterio, transigen, quitándole gravedad.


Quizás todo esto me afecte por el hecho de que me dedico a la música, por el hecho de que compongo música, de que siempre me asalta esa pregunta ‘¿Ellos tardaron lo mismo en componer Papi-Chulo, que lo que tardé yo en componer la pieza de piano para mi cortometraje ‘El Paraíso’? Pero a pesar de todo esto mi trabajada humildad me impide considerar uno de mis trabajos más dignos de una discográfica que los de ellos, pues llevar a cabo lo más chabacano, y lo más simple, también tiene su trabajo. Además de que quizás todas esas estrellas tengan hoy el cariño y el reconocimiento que yo no tendré jamás a lo largo de mi vida.

Aún así, afortunadamente, a día de hoy sigo sin conocer a ningún músico, ni a ningún amante de la buena música que escuche eso que las discográficas han bautizado como ‘reggaeton’ y que nació con aquella muchacha de sinuosa promiscuidad barata que solicitaba constantemente que se le dotara de cierto tipo de acelerante. Disculpen la pedantería.

Víctor Castilla. 4 de Julio de 2010 4:47

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