miércoles, 5 de septiembre de 2012

Un poquito de optimismo, cojones



Quejarse ha sido siempre deporte nacional. Cierto es que nunca hemos necesitado motivos, pero ahora son algo que desde luego no nos falta, de eso ya no podemos quejarnos. En un tiempo donde parece que todos somos unos superdotados de la economía cuyas teorías financieras bien podrían convertir el mar Egeo en un paraíso fiscal, las opiniones se están prostituyendo a una velocidad que nos llama poderosamente la atención. Supongo que el disfraz más popular en carnavales será el de Keynes. Eso sí, es una profesión elitista, y ahora, para estar bien a la última, hay que despotricar del despilfarro. Romperse a llantos la camisa mientras se rebuzna sobre la mala distribución de la riqueza que generan los pocos que levantan el país frente a los muchos que viven de él. Es lógico quejarse de esto, sino digo que no, pero como he dicho, nos gusta quejarnos, sí, pero a lo de pensar no le tenemos tanta afición.

Y no es que el despilfarro esté mal, no me malinterpreten, lo que pasa es que en España el despilfarro está mal repartido. Siempre despilfarran los mismos y siempre somos los mismos- permítanme que me incluya-, los que tenemos que mirar fingiendo no estar viendo nada. Luego nos quejamos de tener fama de flojos, de chorizos y de tramposos... La madre que nos parió a todos uno a uno... que parece que es la misma.

En realidad, los españoles tenemos más de gilipollas que de flojos, chorizos y tramposos, aunque de eso tampoco vamos mal. Y no sé si será la rebeldía inconsciente del contestatario juvenil la que me lleva a considerar inútiles según qué aparatos del Estado, pero creo que no. Sólo voy a poner dos ejemplos, que tampoco quiero firmar mi sentencia de muerte. Voy a empezar por lo más obvio, la Exc. Archicofradía de Nr. Señor del Senado y la Virgen de la Desvergüenza. Sirve para ir almacenando progresivamente la estirpe jurásica de los cadáveres políticos que cobrarán un sueldo vitalicio por dormirse en una silla y levantar la mano. Puestos a quejarnos, quejémonos de lo más evidente, no nos colguemos de las ramas, nuestra siempre célebre duquesa de Alba, que además de deslumbrarnos con portadas de infarto -tanto el suyo como el nuestro- en revistas del corazón, es, allí donde la ven, la dueña del ochenta por ciento del campo andaluz, pudiendo presumir, de entre otras muchas cosas, de ser el último resquicio del feudalismo, algo que hoy en día podríamos considerar muy vintage. Y vamos nosotros y le damos la medalla de hija predilecta de la patria andaluza. Si es que a gilipollas no nos gana ni Dios, que ya es decir.
Si es que le tenemos mucho cariño a lo nuestro, nos da lástima tirar los trastos viejos, nos negamos a hacer limpieza y los papeles y la porquería siguen tragando polvo, soltando mierda, y transmitiendo enfermedades cuyas vacunas salen cada vez más caras. En España, la cosas son útiles en tanto en cuanto son antiguas, en lugar de ser antiguas en tanto en cuanto sean útiles. Pero tampoco nos excedamos, que bien me podríais decir que el hecho de que un inútil como yo tenga internet, es también un grandísimo despilfarro, sino el más grande. No seamos demagogos, derrotistas ni escocíos. que parece que si, por si lo que sea no nos hunden las adversidades, ya estamos nosotros para hundirnos solitos con melodrama del malo. Está claro que, teniendo en cuenta la situación, uno llega a interpretar que la cosa está para irse uno al carajo. Pero qué quieren que les diga, a mí que me quiten lo bailao, vamos a celebrar que tenemos piernas y brazos, que aunque se nos olvide, es privilegio del que no todo el mundo puede gozar.

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