No
te diré que no estaré contigo siempre
sólo
porque la muerte esté esperando.
No
te diré que te querré eternamente
porque
poco a poco ya te estoy olvidando.
No
te diré que no te muevas, que yo he bailado mucho,
te
limpiaré las lágrimas con las manos que te las provocaron.
Tú
necesitabas un hombre experto, y yo una mujer a la que nadie hubiese
tocado,
puños
de hierro siempre encuentran pómulos muy duros.
Tu
cabeza ladra como un eunuco en celo,
llegó
el momento en el que tus esperanzas
caminando
a gatas se encontraron con tus celos.
Nunca
hubiera imaginado que alguien sin nabo,
ni
brazos ni autoestima, pudiera volverse tan loca
como
para querer tomar el rumbo de su vida.
Sí,
mi bella princesa, la más dulce, la más bonita,
la
que tiene tanta belleza, que ese par de
tetas
no necesitan cabeza, que ese par de
ojos
no necesitan letras, que este par de
oídos
no se merecen queja, y que ese par de
labios
sólo necesitan mi lengua. Grita, grita,
a
ver si algún vecino entra por la puerta y me dice que es mejor
marido que yo.
Por
tu felicidad mil molestias, por la mía diez calvarios,
y
ni mil diez denuncias por maltrato impedirán que amanezca.
Sintiendo
que lo sacrificado no había merecido la pena,
sin
cigarro, ni botella, ni bañera donde cortarse las venas,
con
los recuerdos, y los besos, y las pasiones olvidadas,
me
dijiste se acabó y fueron tus últimas palabras,
me
dijiste se acabó y fueron tus últimas palabras,
me
dijiste se acabó y fueron tus últimas palabras.
Víctor Castilla. 28 de Octubre de 2012, de madrugada.
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